Ayudaron a crear un código militar secreto basado en el idioma navajo. Parecían traductores jurados por su precisión, rapidez y eficiencia.
II Guerra Mundial. Diciembre de 1941. El ataque sorpresa japonés del día 7 a la base naval norteamericana de Pearl Harbor, situada en el archipiélago de Hawái, propicia la entrada de Estados Unidos en la guerra. Su ejército está bien armado, pero carecen de un código fiable con el que transmitir información segura. La curiosa propuesta del ingeniero Philip Johnston, utilizar a indios navajos como una especie de traductores jurados de un código militar basado en su idioma, resulta todo un éxito.
Pese a la gran potencia militar que ya era, Estados Unidos flojeaba en criptología. Mientras los alemanes disponían de la hasta entonces indescifrable máquina Enigma, los del país del Tío Sam seguían sin encontrar una codificación de mensajes lo suficientemente segura. El idioma navajo fue la salvación. Los nativos americanos de dicha tribu transmitían efectivos mensajes en los que no omitían, no añadían y no adulteraban los textos, la máxima del traductor español Valentín García Yebra. Máxima, por cierto, por la que nos regimos en Andraca y Román Traductores Jurados.
¿Por qué utilizar el idioma navajo?
Un gran porcentaje de encriptadores japoneses había sido educados en Estados Unidos, por lo que conocían el idioma y sus coloquialismos. Gracias a ello descifraban los mensajes sin gran dificultad, generando numerosas bajas a los norteamericanos.
Los detonantes del uso del idioma navajo como medio de comunicación seguro fueron:
- Es un lenguaje que carece de escritura.
- Su gramática es complejísima, donde, por ejemplo, la colocación del acento en una sílaba u otra cambia totalmente el significado de la palabra, (el sueño de un traductor jurado, vamos).
- Carece de similitudes con otras lenguas conocidas.
- Era una lengua ignorada ya que, en aquella época, no se estudiaba por los lingüistas ni se enseñaba en las facultades filología. Se cree que, en 1940, habría como mucho 30 personas ajenas a la tribu navajo que hablasen el idioma.
La exitosa idea de Philip Johnston.
En 1942, este ingeniero civil leía tranquilamente el periódico en su casa de Los Ángeles cuando se topó con un reportaje que hablaba de la necesidad del ejército de encontrar un código indescifrable. ¡Cuate, aquí hay tomate!, a modo de traducción libre en español del posible exabrupto en inglés que seguramente soltase el hombre.
Como hijo de misioneros protestantes, creció en la reserva de los indios navajo donde sus padres trataban de evangelizar al personal. Johnston aprendió el idioma de la mejor manera que se puede hacer: entre nativos. En 1942, ya siendo ingeniero y con el C2 de navajo en la mochila, se presentó ante altos mandos del ejército norteamericano con su propuesta: crear un código de comunicación basado en el idioma navajo.
Aunque al principio le dieron largas porque el alto mano no lo veía claro, su correcta presentación del proyecto y una argumentación razonada permitieron que su propuesta fuera estudiada detenidamente.
Tras superar numerosas pruebas del cuerpo de marines, a Johnston le dejaron reclutar a cuatro navajos (dos codificaban y enviaban, dos recibían y decodificaban). Lo hicieron en dos minutos y medio, con una traducción exacta. El grupo experto de marines, armado con un diccionario de palabras en navajo, tardó más de cinco horas.
Los navajos: efectivos traductores jurados.
Tras superar satisfactoriamente todas las pruebas, el proyecto del código navajo se puso en marcha. En las reservas se reclutaron voluntarios que además de navajo e inglés, debían estar en buena forma física pues su destino era el frente de guerra.
En Camp Pendelton, trabajando junto a encriptadores profesionales, lograron crear un diccionario navajo con 63 fonemas que representaban 26 letras y 411 palabras. Algunas de ellas fueron de nueva creación ya que hacían referencia a aviones o tipos de armas inexistentes en el idioma navajo. El diccionario no se llevó al frente. Los sufridos traductores jurados nativos tenían que memorizarlos para evitar que los japoneses pudieran hacerse con uno al ser capturados…
A lo largo de la guerra se graduaron en Camp Pendelton 421 navajos. Su presencia en la guerra del Pacífico resultó fundamental, y no únicamente por su comunicación en código navajo. Eran tipos duros capaces de sobrevivir en terrenos complicados, así como también unos magníficos rastreadores. El código navajo se convirtió en el canal más seguro para transmitir información. Varios altos cargos del ejército llegaron a reconocer que, si el enemigo hubiese sido capaz de descifrarlo, Estados Unidos habría perdido con seguridad la guerra en el Pacífico.
Y luego años de olvido…
Al terminar la guerra fueron recibidos como héroes en sus respectivas reservas. Pero la incorporación a la vida civil nunca es fácil tras la vuelta del combate. Muchos se volvieron a alistar en el ejército y otros sufrieron estrés postraumático de guerra. A ello hay que añadir el olvido del gobierno que había reclamado sus servicios.
En 1968 la historia del código navajo fue desclasificada. No fue hasta 1982 cuando el presidente Ronald Reagan reconoció a estos atípicos traductores con la celebración del 14 de agosto como Navajo Code Talkers Day. Más tarde, tanto Bill Clinton como George W. Bush entregaron medallas de reconocimiento a los navajos supervivientes de la guerra.
Windtalkers.
Como recuerdo a la valiente labor de los navajos durante la guerra, en 2002 se estrenó la película Windtalkers, protagonizada por Nicolas Cage y Adam Beach. Una entretenida película que recibió críticas porque el foco se lo lleva la historia de Cage, en lugar de la de Beach, que interpreta a un indio navajo. La misión del personaje de Cage es proteger siempre al nativo americano y evitar que caiga en manos japonesas. Si eso finalmente ocurre, debe matarlo antes para no poner en peligro el código. Algo que desconoce el soldado navajo hasta casi el final de la película.
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